sábado, 16 de febrero de 2013

4. Frente a mí pasó un hombre gris.

-¡Préstame tu PSP!- dijo Andy a Fátima, a lo que ella respondió: -¡No!, ¿por qué no juegas mejor a otra cosa? ¿qué tal a leer adivinanzas?- Por lo que Andy puso una cara de extrañeza y también de aburrimiento: - ¡No!, las adivinanzas son aburridas, además hay que leer y me aburre leer, es feo y leer no deja nada bueno.

Una serie de oraciones muy decepcionantes fueron las que escuché de ese pequeño niño llamado Andrés de tan sólo 8 años de edad. También dijo que los cuentos son aburridos, que el inicio siempre es "Había una vez..." y que esa frase ni siquiera rima, que no sabe porqué en la escuela lo único que hace es leer, que la escuela es una tontería, que la escuela no sirve para nada, y mucho menos los libros, que los libros son largos y no tienen sentido, que odia leer y que él preferiría quedarse todo el día jugando con maquinitas, viendo la tele y comiendo palomitas.

Intenté explicarle que los libros son todo lo contrario a lo que él piensa, que sino existieran los libros, cómo creeía él que se hacían los videojuegos, las películas, las caricaturas, que toda creación necesitaba de una historia y por tanto, de un libro. Que para poder crear una maquinita de videojuegos se necesitaba estudiar, por ejemplo, Ingeniería, y que para ello, era más que necesario ir a la escuela y leer muchísimo. (Esas palabras me hicieron recordar el libro de Momo, cuando Beppo Barrendero explicaba a Momo el sentido de barrer la calle a pesar de lo larga que pudiese estar).


El niño me miró sorprendido, le expliqué que si él quería crear maquinitas entonces debía ir a la escuela, y que tal vez en un futuro, le vendría bien estudiar en otro país, pero que tenía que estudiar más de lo que él creía porque al país que se fuera probablemente no hablarían español y entonces tendría que aprender otro idioma, empezando por inglés.

Creí haberlo convencido de que estudiar y leer no es tan malo como él creía, mientras Fátima (tía de Andy y una gran amiga mía), le decía que entonces debía echarle muchas ganas y que no debía pasar todo el día jugando con videojuegos. 

En verdad que yo nunca esperé escuchar todas esas cosas de un niño de 8 años, tal vez de un adolescente de secundaria que pasa por sus épocas de rebeldía, pero no de un niño que apenas va a pasar a 4° grado de primaria. 

Cinco minutos después de haber hablado con Andy, lo vimos sentado en un banquito, ¡lo habíamos perdido!, estaba con un celular jugando algún videojuego, olvidando, sin duda alguna, la larga charla que tuvimos Fátima y yo con él. 

Yo concluí que un hombre gris había pasado frente a mis ojos para no dejar que las palabras de Fátima y mías, causaran algún efecto en Andrés.

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