Los
lunes son simplemente días muy agotadores para mí pues después de pasar todo el
fin de semana leyendo para mis 3 clases de los lunes, lo único que quiero es
regresar a casa y descansar un poco. Así fue el lunes 18 de febrero, saliendo
de mi clase de Ciencia y Tecnología en Relaciones Internacionales a las 3pm
(que por cierto, la tomo en el Instituto de Investigaciones Sociales, IIS),
decidí ir a la parada del puma más cercana para evitar caminar desde el IIS
hasta la estación de metro Universidad, y aquí fue en donde comenzó mi análisis
del día.
Una
vez que llegué a la parada del puma junto con una compañera de la clase,
subimos al camión y un joven muy amable se levantó de su asiento y nos lo
cedió, por lo que le dije a mi compañera que ocupara el lugar; en ese instante,
el mismo joven me dijo que si quería le pasara mi mochila a su otro compañero
que iba sentado para que yo no la cargara, a lo cual yo no accedí, pero de
igual forma le agradecí el gesto.
Llegando
a la estación del metro me percaté que ya eran cerca de las 3:20 pm, por lo
cual estaba consciente de que habría mucha gente y que probablemente me
tardaría un poco más de lo normal para llegar a casa. Al esperar el metro, me paré
junto con mi compañera detrás de la línea amarilla a que llegara el vagón
correspondiente, en el momento en que éste arribó, toda la gente se amontonó en
la puerta más cercana, yo estaba justo frente a una de ellas pero en el momento
en que se abrieron las puertas, como era de esperarse, toda la gente se
abalanzó sobre la entrada y un par de señores me empujaron para poder acceder
al vagón y encontrar un lugar para sentarse; afortunadamente no me preocupé por
alcanzar lugar, ya que yo bajo 4 estaciones después.
Estando
en la estación Coyoacán yo me bajé, pues desde ahí debo caminar hasta otra
avenida en donde tomo un camión; lo más curioso es que al ir caminando desde la
estación hasta la avenida, iba adelante de mí un señor bastante grande de edad
y esperé a que caminara sin presionarlo por mi paso, cuando en un instante
arrojó con bastante fuerza un papel hacia la calle sin importar el lugar en
donde cayera, como si la calle tuviera un anuncio "Arroje su papel
aquí", en verdad que me molesté muchísimo de ver cómo aquel señor tiraba
basura.
Al
llegar al primer semáforo me detuve pues éste estaba en rojo para los peatones,
cuando se puso en verde, atravesé la calle y de pronto sentí la marea de gente
empujándose unos con otros para poder llegar al otro extremo; yo por mi parte,
atravesé la calle del lado derecho con un poco de dificultad pues no faltó la
persona que caminara del lado izquierdo en sentido opuesto al mío.
Cuando
por fin llegué a la avenida en que debía tomar mi camión, esperé formada y en
efecto, había bastante gente esperándolo. Una vez que éste llegó a la parada,
la gente comenzó a subir y cuando llegó mi turno ya no había lugares para poder
sentarme, así que encontré un buen lugar para ir parada e ir leyendo al mismo
tiempo. Llegó la hora de bajar del camión, algunas otras personas también lo
harían, en ese instante me percaté que un muchacho amablemente esperó junto a
la puerta dando paso a que los demás pudieran descender sin la necesidad de
bajar todos en montón y a empujones.
Toda
esta historia de mi trayecto de la facultad a mi casa para poder explicar mi
reflexión. La verdad es que detesto a la gente grosera y sin cultura cívica,
tal fue el caso del señor de edad avanzada que tiró la basura en la calle sin
importarle nada, o aquellas personas que atravesaron la calle sin importar el
lado correcto por el que debían hacerlo; en otras ocasiones me ha tocado ver
coches estacionados en doble fila o junto a una rampa para personas con
discapacidad, no falta tampoco el automóvil que espera por un semáforo en rojo
y se detiene justo en el área en donde los peatones deben atravesar la calle
bloqueándoles el paso.
Por
otro lado también está el dilema de la caballerosidad, como el joven que se
levantó de su lugar en el puma para cedernos el asiento, o el chico que esperó
a que la gente bajara del camión para después hacerlo él. Muchas veces me
molesta ver que en el transporte público hay hombres sentados que van dormidos
(o que se hacen los dormidos) para evitar ceder el lugar a una mujer y es aquí
en donde pienso... Creo que por mucho tiempo se luchó porque hubiera una
igualdad entre hombres y mujeres y ¿por qué entonces los hombres deben ceder su
lugar a una mujer? Yo creo que es justo que ellos vayan sentados, digo, me parece
correcto que ellos también puedan hacerlo o en su defecto ¿por qué las mujeres
no ceden también su lugar a los hombres? Esto es simplemente un símbolo de que
la cultura mexicana nos ha hecho ver que las mujeres son las
"débiles", por así decirlo, y somos nosotras las que debemos ir
sentadas, mientras los hombres "fuertes" deben ir parados.
La
única situación en la que estoy de acuerdo que debería haber este tipo de
gestos entre mujeres y hombres es cuando está de por medio una persona con
discapacidad, una mujer embarazada o con un bebé en brazos o una persona de
edad avanzada, entonces sí, no habría pretexto para no acceder a un acto de
ayuda y generosidad.
En
esta ocasión me excedí un poco (mucho) en mi entrada, pero creo que era justo y
necesario que escribiera algún tipo de reseña acerca de este tema, del cual aún
me faltó mucho por expresar. Hay demasiadas cosas que decir acerca de esto,
pero por ahora dejó a consideración de quien lo lea, esta situación que podemos
encontrar en el día a día en la Ciudad de México.